Limbo

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GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

Capítulo 1

Analivia Plurabela vio en la pantalla del megaplasma el video que reproducía las imágenes donde las Torres Gemelas se desmoronaban como galletas con la colisión de los aviones. La imagen se fragmentaba en cámara lenta sin ningún sonido, hasta que el edificio se venía abajo de manera impecable, cayendo lento, casi hermosamente, sobre sus bases, dejando un lecho de humo que se esparcía por las cuadras de Manhattan. Analivia detuvo la imagen un par de veces con el control remoto a objeto de observarla mejor, y tomó algunas notas.

Analivia ya había cumplido los quince años de edad. Sus padres, Juan Pablo Risco y Sara Amarilis, vivían con su hija en la finca La Iguana, en el sector La Mariposa, en las afueras de Caracas. Ahí también habían instalado un pequeño centro de investigaciones y una biblioteca, donde consultaban asuntos y temas acerca del cambio climático para compartirlos con otras organizaciones relacionadas.

El centro de investigaciones se había creado con la iniciativa de Nikolas Kai, padre de Sara Amarilis, y por lo tanto abuelo de Analivia, quien visitaba la finca con frecuencia junto a su mujer, Alicia Montalbán. Allá iban para hacer algunas consultas, investigar, trabajar o compartir con Juan Pablo y Sara Amarilis momentos de descanso.

Analivia abandonó la silla frente al televisor, dejando la imagen congelada de las Torres Gemelas. Juan Pablo ocupó la silla y comentó que una versión muy difundida acerca del derrumbe de las Torres Gemelas decía que había sido un plan urdido por el propio gobierno de George Bush para justificar la persecución e invasión de los países árabes, así como a principios de siglo, más precisamente en 2011, el gobierno de Barack Obama difundió la especie de haber atrapado a Bin

Laden sin siquiera mostrar su cuerpo, so pretexto de que no se convirtiera en héroe o mártir, pero sobre todo para justificar otras invasiones y quedar como país redentor de la lucha contra el terrorismo. Con la invasión a Libia se apoderarían del petróleo, y ante la inminente pérdida de poder político en el continente, el gobierno de Obama hizo intentos desesperados para conseguir el apoyo de países como Francia y España para invadir aquel país

—¿Hoy vamos a almorzar al aire libre, mamá? –preguntó Analivia a su madre Sara Amarilis, mientras esta preparaba algo en la cocina.

—Sí, hija, vamos a poner la mesa afuera.

—El día está claro… ¿Quieres que te ayude en la cocina?

—Tráeme algunos tomates y pepinos del huerto.

—Sí, mamá, ahora mismo.

Analivia desprendió los tomates de las ramas y los introdujo en una cesta; después se acercó a una mata de aguacate y presionó la cáscara verde de los frutos para comprobar si estaban maduros, y los llevó a la cesta también. Ya en la cocina, los peló, rebanó y mezcló con lonjas de aguacate en una ensaladera, les agregó sal, cilantro, aceite de oliva y jugo de limón.

Más tarde todos saldrían a sentarse a la mesa. Había llegado también el novio de Analivia, Abel Tristán, estudiante con ella de Ciencias Ecológicas en la Universidad Comunal. Abel era un muchacho con claras aptitudes para escribir y pintar. Sara Amarilis le dio la bienvenida a la mesa, donde había frutas y hortalizas orgánicas, producidas en el huerto de la finca. Además de la ensalada que había preparado Analivia, había frutas, arroz, sopa de vegetales y jugo de guanábana. Era una mesa rectangular cubierta con un mantel de tela anaranjada, con servilletas de tela y platos blancos. Se sentaron todos a disfrutar de la comida.

—Ya entramos en la semana decisiva –dijo Nikolas Kai.

—Sí, creo que vienen por las reservas de petróleo –repuso Juan Pablo.

—Ayer entraron en colapso energético Chicago, Los Ángeles,

Atlanta y San Francisco. No poseen la energía suficiente para mantenerlas. Sin el petróleo de Libia y de Venezuela no van a poder subsistir, necesitan de esa energía a toda costa –añadió Analivia.

—Dubái también ha entrado en colapso. Allí están nadando en dinero pero no pueden comprar nada con él. Han quebrado las empresas por falta de agua potable; los materiales orgánicos escasean en todas partes –anotó Alicia Montalbán.

—Hablemos de esto después de la comida –dijo Nikolas Kai–. Miren que podemos estropear el almuerzo.

—Tienes razón –dijo Sara Amarilis–. Dejemos esto para después porque nos va a caer mal esta sabrosa comida.

Terminaron de almorzar y fueron a un caney cercano, donde había algunas hamacas. Descansaron, hojearon los diarios impresos. Abel Tristán estaba sentado a un lado del caney. Llevaba una computadora portátil donde revisaba las versiones electrónicas de varios diarios del mundo y hacía comentarios.

—Muchas organizaciones de Argentina, Ecuador, Cuba, Bolivia, Guatemala, Brasil y Chile están con nosotros, todavía no han saltado la talanquera –dijo Tristán.

—Sí, con el apoyo de varios países árabes de África creo que esta guerra la perderán, si se deciden a iniciarla. Yo creo que no se atreverán –dijo Analivia–. Tampoco algunos países de Europa como Grecia, Suiza, Suecia, Hungría, Austria y Checoslovaquia quieren nada con ellos –terminó diciendo.

—También está el problema del agua –añadió Juan Pablo–. La contaminación del mar se ha hecho mayor, y cuando llueve se producen otros desastres –concluyó.

Justo cuando Juan Pablo terminó de decir esto, comenzó a llover. La lluvia caía sobre los tejados y árboles, sobre el huerto y la grama, dejando un agradable olor a tierra húmeda. La lluvia fue arreciando, cayó por más de una hora con una brisa fuerte que los hizo movilizar a todos desde el caney, cubriéndose con trapos y cartones hasta la casita donde estaban los dormitorios y el pequeño estudio. Al escampar se trasladaron hacia el comedor por iniciativa de Juan Pablo que les convocó a una reunión informal de trabajo.

—Amigos –dijo–, los he convocado aquí porque creo que vamos a tener que tomar algunas decisiones importantes a partir de ahora. Las organizaciones amigas nos han solicitado una reunión urgente en Caracas para hacer un trabajo en conjunto. Tenemos que movilizar a un equipo de personas para llevar a cabo una concentración y hacer una declaración. Todavía hay muchos intereses oscuros en este país, un buen número de empresarios están listos a venderse al mejor postor; lo urgente para ellos es la sobrevivencia de sus empresas y familias. Les importa poco el pueblo, la masa trabajadora y campesina. Y con el presidente que tenemos…

Para el año 2050, Venezuela estaba comandada por Moisés Mandala, un presidente neoliberal electo con el 60% de los votos, pero no había podido resolver problemas básicos del país debido no solamente a la crisis global que se cernía sobre a mayoría de los pueblos del planeta, sino a que su gobierno había comenzado a hacer pactos con otros gobiernos neocapitalistas. Todos los países enfrentaban conflictos similares en todos los terrenos. Ya no había naciones completamente ricas. Los problemas no podían abordarse en función de un solo país; había que ayudarse mutuamente si no se quería perecer en masa. Problemas planetarios que ya habían sido identificados por filósofos como Edgar Morin.

Buena parte de estos problemas globales estaban asociados al llamado cambio climático. Las guerras energéticas, principalmente la de la energía fósil del petróleo se traducen en una alteración sustancial de la temperatura, que alterna calores asfixiantes en el Caribe y descensos vertiginosos de la temperatura en Centroamérica y Suramérica. Una enorme concentración de dióxido de carbono y de gases industriales letales –especialmente el gas metano y el óxido nitroso– que se liberan continuamente en la atmósfera producen este cambio inédito en los patrones de precipitación, originando lluvias arrasadoras en el trópico; al sureste de América del Sur había causado huracanes, tormentas y tornados que estaban produciendo un aumento en el nivel del mar por encima de un metro y, a su vez, el derretimiento de los glaciares en países andinos, y por supuesto en el ártico y la Antártida, donde el casquete glaciar, al juntarse y chocar los glaciares entre sí, se derretía y desaparecía la banquisa, originando inundaciones gigantescas.

La producción excesiva del dióxido de carbono aumenta la existencia de estos gases, los cuales captan los fotones infrarrojos que provienen de la tierra al ser calentados por el sol, pero estos no generan ninguna reacción química, sino que siguen rotando y aumentan la temperatura del aire, conocido como efecto invernadero.

A esto se agrega la tala descontrolada de árboles en grandes extensiones de selvas y bosques para usar la madera, y la plantación de semillas como la soya que agotan la tierra dejándola seca. La soya se usa también para el pastoreo continuo del ganado sin atender a sus nefastas consecuencias: la desaparición de numerosas especies animales y pérdidas de reservas de biodiversidad. Al mismo tiempo, al disminuir la capa de ozono en la atmósfera, los rayos ultravioleta la penetran y la calientan en demasía, junto al agua. Miles de personas mueren cada año debido al cambio climático.

Por contraparte, se construyeron ciudades delirantes como Dubái, una megalópolis que no produce nada ni siquiera agua, e importa sus insumos para alimentar enormes rascacielos, casinos de juego, centros comerciales, gigantescos complejos de entretenimiento que consumen cantidades gigantescas de energía.

Dubái colapsó un día del año 2020, cuando uno de sus rascacielos se incendió debido a un accidente y se vino abajo produciendo una megacatástrofe, superior a la de las Torres Gemelas, cuya imagen también manipulaba Analivia Plurabela con el control remoto del megaplasma.

Lejos de superar estas plagas detectadas en el siglo xx, en el siglo XXI se habían recrudecido, pues no se habían puesto en práctica las recomendaciones de varias organizaciones independientes de la sociedad civil para contener los peligros y plagas que señalaban a la sociedad humana como a la primera responsable de esta destrucción.

Una de las primeras opciones que se vieron al comienzo del siglo XXI fue convocar a varias cumbres ecológicas a las comunidades organizadas para tomar medidas al respecto. Organizaciones como Greenpeace, Amigos de la Tierra, la Vía Campesina, la Red Indígena del Medio Ambiente, la Comuna Loma de León y otras, habían hecho sucesivos llamados de atención sobre estos urgentes problemas.

Cuando Juan Pablo Risco hablaba de organizaciones amigas, se refería especialmente a estas, con las cuales habían tramado ya un tejido de relaciones en la búsqueda de una solución con organizaciones civiles que pudieran ejercer una presión real a los gobiernos, con ciudadanos que sufrían realmente los embates en su calidad de vida. Además de los desastres enumerados debían soportar hambre, sed, carestía de luz eléctrica, alimentos contaminados, combustibles a alto precio. La gasolina para los automóviles era elevadísima, pues el número de autos por habitante había crecido en una proporción insostenible: poseer un auto era a la vez un lujo y a la vez una necesidad en la vida cotidiana de cada persona. Las carreteras de concreto se fueron deteriorando poco a poco hasta llenarse de zanjones, precipicios y huecos enormes, por donde transitar significaba un riesgo de muerte.

El automóvil se había vuelto un transporte costosísimo, lo cual generó un robo de vehículos que se extendió por todo el mundo. Mafias organizadas se peleaban el control de los automóviles robados. Tener un automóvil en casa significaba tener un ladrón en potencia acechándote. El monorriel se convirtió en la forma más barata y rápida de moverse en las ciudades, y en distancias largas, de estado en estado, de provincia en provincia. Los vuelos en avión solo eran para privilegiados. Las distancias se habían achicado con el uso de las computadoras. Macrointernet se había desarrollado gracias a la tecnología de Macronet, la megacorporación de comunicaciones más poderosa del planeta.

Alicia Montalbán vino con una bandeja, trayendo tazas y una tetera, y se dispuso a servir el té. Había un moscardón volando alrededor del recipiente de miel de abejas, cada vez que alguien se acercaba a servirse. Sara Amarilis apartó el moscardón con un gesto que parecía un aletazo. El grupo tomó de las tazas al unísono, sorbiendo el té negro aromático.

—Hay que acordar bien las fechas de la próxima cumbre –anotó con gravedad Nikolas Kai, mesando su barba blanca.

—Creo que puede ser en unos seis meses –dijo Juan Pablo.

—Sí, estoy de acuerdo, ese es un lapso razonable –confirmó Nikolas.

—Bueno, entonces busquemos una fecha y pongámonos a trabajar. Tenemos mucho que hacer.

—Yo quiero aportar algunas ideas –dijo intempestivamente Analivia Plurabela. Sus ojos brillaron con un destello inusual. Su cabello castaño caía con gracia, dejando ver visos color mate.

—Claro, hija, tu participación es muy importante –dijo Sara Amarilis.

Juan Pablo dejó ver una sonrisa orgullosa.

—Creo que es nuestra última oportunidad –dijo.

—Si fallamos esta vez, creo que no vamos a poder detener la catástrofe que se nos avecina –dijo Sara Amarilis.

—Sí, estamos en una encrucijada definitiva –dijo Juan Pablo.

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Gabriel Jiménez Emán, Limbo
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Diseño de la colección: Jhon Aranguren, Mónica Piscitelli
Diseño de portada: Anthon y Fernández
Edición : Pablo Ruggeri
Corrección: Ninoska Adames / Francisco Romero
Diagramación: Hernán Rivera
ISBN 978-980-14-3537-2

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