La muñeca granate

fotografía por Bruna Bonino

fotografía por Bruna Bonino

SEBASTIÁN JORGI

Los padres de Amilania, sin  duda, se han mudado.Pero quizá los
nuevos inquilinos saben a dónde. Aprieto el timbre y espero. Vuelvo a
tocar.Ésa es otra consecuencia: que nadie esté en la casa. Y yo
¿sentiré otra vez la necesidad de buscar a mi amiguita?
La muñeca reina, Carlos Fuentes
 
A Bertha Bilbao-Richter y Cecilia Castro

Al leer el cuento La muñeca reina del gran escritor mejicano, cuyo asunto  lo remite a la infancia, recordé otra muñeca que me permitía un viaje hacia mi niñez, un viraje a un momento que había olvidado: el amor que yo sentía por María Adela. Era la hermana de uno de mis mejores amigos y compartía el aula de los últimos años de la escuela primaria. Su mamá solía ir los días de semana al Club Atlético Lanús a presenciar los partidos de básquet—entonces decíamos en inglés la palabra basketball–.Iba yo a estudiar a su casa por las tardes como un  compañerito más y doña Bertina—así se llamaba su mamá—nos convidaba con chocolate y churros caseros o galletitas de la fábrica Neosol, que estaba a pocas cuadras de nuestras casas. Si estudian y se portan bien, esta noche los llevo al partido de básquet que juega Lanús contra Valentín Alsina. Claro que no estudiábamos y que nos portábamos lo peor posible. Doña Bertina—le decíamos doña, pero no tendría más que 35 años la mamá de María Adela—era fanática de aquel excelente equipo de básquet de Lanús, en el que descollaban nombres que me vienen ahora a la memoria, como Subá o el Tati.

Nunca como ahora me he preguntado qué habrá sido de las dos. Nunca supe  del papá, aunque se decía con mucha sorna que doña Bertina había dado el mal paso con un hombre de Avellaneda. Cuando se habían mudado a la vuelta de casa, ya las dos llegaron solas al barrio de Lanús Este.  Otra historia que se contaba era que había muerto en un accidente ferroviario y la más maligna, que comentaban las vecinas crueles del barrio, que Bertina era madre soltera. Cuando la maestra deslizaba alguna pregunta al respecto, María Adela se quedaba muda y sólo alcanzaba a balbucear: Pregúntele  a mamá, señorita. Sólo sé que papá murió en un accidente poco antes de nacer yo.

Y ahora, en este presente, en que el equipo de Lanús está saliendo campeón del año 2007—faltan aún tres fechas—viene a mi memoria el recuerdo  de María Adela y de su mamá Bertina. Una noche llevaron la muñeca granate a uno de los partidos decisivos del torneo de básquet y la exhibieron en la tribuna al grito de Grana corazón en medio de ese otro bullicio general, la algarabía de todo el estadio granate de la calle 9 de Julio esquina Córdoba, donde estaba y aún hoy está la cancha de básquet que se utiliza también como gimnasio.

Al leer el cuento de Carlos Fuentes, recordé la muñeca granate de María Adela y de su mamá doña Bertina. ¿ Qué habrá sido de ambas ? ¿ Se habrá casado mi amiga ?Seguro que cargará ya con nietos y probablemente doña Bertina haya fallecido. Trato ahora de precisar cuándo fue la última vez que las vi en Lanús Este…yo había terminado el secundario y supe un día por mamá que se habían mudado a los fondos de Lanús, a Villa Obrera o a Villa Mauricio. Pero en aquel tiempo yo estaba enfrascado en seguir una carrera universitaria  e ingresé al Curso de  Orientación de la Universidad de Buenos Aires. Al poco tiempo entré al Preparatorio de Química en la Facultad de Ciencias Exactas y el fracaso se haría sentir con todo su peso sobre el primer cuatrimestre.

Y fue así que María Adela y su mamá Bertina se fueron de mi vida definitivamente, junto con aquella muñeca granate de la que tengo contornos borrosos : no recuerdo sus ojos, su pelo, su cara, sí tengo nítido su vestido color granate que representaba los colores de Lanús.

Que hoy vuelvo a rememorar, como si sumara ese color del vestido de la muñeca a las miles de banderas granates que acompañan al equipo en los entrenamientos con un grito de corazón……lanús campeón…lanús campeón…porque de otra manera nada será cierto, nada será justo en este tiempo labrado con el ansia histórico de tantos fantasmas que aún parecen estar instalados en las tribunas locales con el grito a flor de boca Lanús campeón…sí sí señores…es el nuevo equipo de Ramón…

¿ Habrá rima más dulce y más importante para los corazones lanusenses ? sí sí señores yo soy del grana sí sí señores de corazón…porque este añode Lanús Este de Lanús Este…saldrá el nuevo campeón….boronbonbón  boronbombón …y no me vengan con que antes de la belarga va eme…me gusta así…anticipar el festejo de forma popular, como lo canta la hinchada del Grana.

Si usted pensó que este relato terminaba acá, no se equivocó: yo también lo había pensado, pero en verdad…¿ quién sabe cuándo termina un cuento o un relato ?Ni el propio autor, porque tiene vida propia, uno lo da a luz y sigue creciendo el cuento, como los maravillosos. Sin ir tan lejos, el final nunca se sabe, más cuando se escribe desde un  disparador como La muñeca reina, ese cuentazo extraordinario de Carlos Fuentes, al que le agradezco que me haya hecho rememorar aquella muñeca granate que había hecho la mamá de María Adela para llevarla a los partidos de basketball y gritar, pelearse con la hinchada contraria, porque ojo : a no equivocarse : el básquet engendra pasiones muy fuertes en las hinchadas, que no están muy distantes y puede escucharse un sin fin de voces puteando a más no poder.

Dije sin ir tan lejos y les mentí, potenciales lectores hinchas del Granate, porque ya estoy recordando la última vez que encontré a María Adela antes de que se mudara con su mamá Bertina a los fondos de Lanús, a Villa Obrera o Villa Mauricio. Nunca lo supe a ciencia cierta. Y como la curiosidad está ahora en concordancia con el ansia de un Lanús Campeón inminente, abordo el colectivo 112 desde Caballito—en la Capital Federal—y me marcho hacia los pagos de Lanús. Tan sólo para ver la fachada de la casa natal, visitar a viejos amigos vecinos y pararme frente a la casa donde vivían María Adela y su mamá Bertina.

El viaje tiene una duración de media hora, a lo sumo 40 minutos hasta la estación Lanús.Y cuando me quiero acordar, ya estoy atravesando el túnel subterráneo hacia el lado Este de la ciudad. Me paro frente a lo que fuera el bar Crisol y me viene a la memoria la noche en que se apareció el mono Gatica con sus amigos, acompañado por Santo Zacarías. Estábamos allí sentados a la mesa de la vereda con papá y sus amigos. Me meto en la galería y salgo por la calle Ituzaingó, donde está el cafecito, ficho por si veo al tanque Alfredo Roja y sigo de largo porque no está. Suele parar en ese cafecito. Camino unos metros por Ituzaingó y me meto en la pizzería Rubí por si encuentro a alguno de los muchachos. No están ni Chiche Morabito ni Pachanga ni Tumino, pero igual, para no abandonar el rito –porque entrar sin morfar una porción es pecado—pido una fugazza y una fainá. Ahí arriba, sobre un estante, está el cuadro en grande de Lanús del equipo famoso del 56.Apenas el mozo me ve, al reconocerme, me dice:

–Hace rato que Chiche no viene por acá,  tampoco  Tumino…¿sabés que Pachanga falleció? Mi familia era amiga de los padres de Tumino. Llegaron de Italia en los 50. Era un tanito fino, mucho no lo dejaban juntarse con nosotros:los padres lo habían hecho estudiar de Maestro Mayor de Obras. Según decían era la carrera del futuro. Constructore era el padre. Y justo al lado de Tumino,  venía la casa de María Adela, que alquilaba una pieza y una cocina con su mamá. Para una ubicación del que leyese este relato, justo a la vuelta de mi casa, dentro de la misma manzana, en la calle Salta, a siete cuadras de la cancha de básquet del club Lanús y a unas quince cuadras del estadio de fútbol.

Un rato después agarro por Sarmiento y me paro frente a la vieja Asistencia Pública, donde mamá me llevó un día que me trituré los dedos de una mano con el piñón de la bicicleta: trac trac trac hicieron los dientes del piñón junto con mis dedos y mamá salió corriendo conmigo hacia la calle. El motorman  del tranvía al verme con la mano ensangrentada, envuelta en una toalla, paró en mitad de la cuadra, en Pringles, entre Salta y Oncativo. Allí vivíamos.

La casa de María Adela, sí, en la que ahora estoy parado en su vereda, contemplándola,  como lo hice hace un rato con mi casa natal, a la vuelta, en la calle Pringles. Con la triste certeza de que ya no veré a María. Ya no están don Nicola, que de lechero pasó a poner una mercería para su hija y para su yerno Ramón. Vascos verdaderos. Todavía estoy escuchando el tiro con que Ramón se suicidó una tarde de otoño. La calle Salta entre Pringles y Guido se tiñó de sangre y duelo. En la misma vereda, casa de por medio, vivía el número 4 de Lanús del 56, Daponte. Aquel equipo  que obtuvo el subcampeonato. Ya a esta altura de la memoria de mi nuevo trajinar por el barrio natal, retomo el tema de la muñeca granate. Es a lo que vine y el motivo de esta relación. Sí: porque enfrente de la mercería estaba la vivienda de María Adela y de su mamá doña Bertina. Ya que señalo referencias vecinales, al ladito  vivía un  criador de palomas y enseguida mis amigos Agustín y el Pochi. Éste había puesto un ring clandestino en el fondo, donde yo pude ganar varias peleas a muchachitos de otros barrios. Señalo los nombres porque no sé qué destinatarios tendrá este cuento, o como quiera llamárselo, con la esperanza de que alguno de ellos o que María Adela lea este derrotero que escribo y describo y entonces sabré qué fue de ella y de su muñeca granate.

Parado frente a su casa, ya es casi noche, está cayendo el sol y miro: nadie me reconoce, ya no están aquellos fantasmas del pasado. ¿ Tocar la puerta y preguntar ? No fue necesario. Alguien sale de la casa: una señora muy mayor, con un bastón como sostén, me pregunta:

– ¿ Qué  busca, señor ?

La miro.

–Acá vivía una señorita amiga mía, yo era de  la vuelta, de la misma vereda, disculpe…

La vuelvo a mirar. Me escudriña con sus ojos y sus lentes debajo.

– ¿Hace mucho, señor? ¿ Cómo se llamaba esa señorita ? Yo vivo en esta casa desde hace noventa y tres años, así como me ve.

He comenzado a temblar. ¿ Doña Pila ? La dueña de la casa…Dios…

– ¿ Y cómo se llamaba esa señorita, era su novia eh ?—me enrostra con picardía—Si no me dice su nombre…

–Se llamaba María Adela.

Ahora es ella la que parece temblar. Se queda en silencio. Al fin, me dice:

– ¿ Y vos quién sos ?

Me ha tuteado. Es más curiosa ella ahora que yo. Le digo:
–Soy…cómo le puedo explicar… ¿ se acuerda de doña Lucía y de don Antonio ?

– Claro, la Lucía daba inyecciones y el esposo era zapatero, sí…entonces…su hijo…

Veo que trata de hacer memoria.

–El Negrito, el hijo, me decían así, yo jugaba con el Pochi y con Tumino a la pelota…

Se ríe.

– ¡Si habrán roto vidrios de ventanas y faroles de la calle !—exclama con cierta alegría al reconocerme.

-Sí, doña Pila…

– Cómo ha pasado el tiempo…toda una vida…–me da un beso—Pasá…pasá, mi marido murió hace como treinta años y mi hija vive en Palermo. ¿Te acordás de Anita ?Se casó con un joyero de Boedo y le fue mal…se jugaba toda la mosca a la quiniela y a los burros, además era bastante putaniero…ah…los hombres hoy…nada que ver con mi marido Dios lo tenga en la gloria…pasá…

Le quiero decir que sólo vine para saber de María Adela.

–Decime,  Negrito : ¿ te casaste ?

– Sí…

–Pero ..¿seguís casado…o separado? Porque hoy en día los matrimonios, vos por aquí, yo por allá, mirá lo que le pasó a Anita, Negrito—hace un respiro y me invita:-¿Tomás unos mates ? ¿Cuánto hace que no venís por Lanús ?El barrio está siempre igual, la gente ya no está, se murieron todos…bueno, casi todos…menos yo, jajaja…

Ríe.

–Usted no se puede quejar, doña Pila—le digo e insisto: — ¿No sabe por dónde vive ahora María Adela ?

– No sé, por Villa Obrera, cerca de la cancha, se fueron debiéndome cuatro meses de alquiler, de la noche a la mañana, paf…si te he visto no me acuerdo—me dice y levanta la cabeza, otra vez como escudriñando en mi alma–. ¿ A qué se debe tu interés por ella después de tantos años, eh ? Te lo pregunto por mera curiosidad…sabés…no me cierra esta visita repentina, este regreso…¿andás en problemas ? Te veo bien…siempre fuiste muy rebelde de chico…lo último que supe de vos es que estabas dando clases como profesor y me dije que no podía ser, con lo que renegaba tu mamá para que estudies…el Negrito profesor….jajajaja…

Río yo también. Me alcanza un par de mates. Le cuento parte de mi vida  y ella me habla de su hija. Que Anita esto, que Anita lo otro. De pronto me dice, retomando el objetivo de mi visita:

–Dejaron la piecita de la escalera, la que da a la terraza, llena de ropa, revistas, cachivaches…como te dije, se fueron de la noche a la mañana, no recuerdo el año, pero debe hacer como…—hace memoria y saca la cuenta–…cuarenta y cinco años o un poco más…a ver…mi marido murió en el 63, no…en el 61…bah, qué importa, éramos felices, no nos peleábamos al menos, me dejó la pensión de ferroviario. Así es la vida, Negrito.

Yo la miro y trato de sonreír, pero pienso en esa piecita, en qué habrá todavía en la piecita. Estará…

Doña Pila parece haber adivinado.

– ¿ Querés ver el lío que dejaron en la piecita de la escalera ? Vení.

Una extraña sensación de volver al pasado me agarró. Sentí otro temblor en el cuerpo y adentro de mi ser, de mi alma. Una sensación de no haberme ido nunca del barrio, como de estar atrapado allí, en esa casa. De pronto quise irme.

–Mirá todo lo que quieras, a lo mejor ves algo que te interesa.

–Busco una muñeca granate, con la que doña Bertina iba al club Lanús a hinchar por el equipo de básquet—le digo.

–No me acuerdo, mira si me voy a acordar de una muñeca….—ríe y enseguida me mira con seriedad–. ¿ Vos estás bien de la cabeza, Negrito ?Perdoná que te pregunte…de lo que sí me acuerdo es que Bertina era fanática del equipo de Básquet de Lanús, no se perdía un partido, se iba hasta Valentín Alsina y me dejaba a María Adela para cuidarla.

Miro la piecita: desordenada, con cajas llenas de papeles y de  carpetas, ropa: no veo la muñeca. Debajo de una de las carpetas veo un Atlas…nooooo : ¡ mi Atlas de la primaria! Le sacudo el polvo y lo abro. Adentro tiene una mariposa y un papel araña rojo con un corazón pegado de papel glacé granate y una flecha travesada. ¿Adela y yo…?Dios mío: dejaron todo esto y se fueron.

–Quedaron en venir a buscar todo estos cachivaches—me dice doña Pila—y nunca vinieron…si te interesa algo, puedes llevarlo, Negrito.

–El Atlas, doña Pila, el Atlas…

Atónito, no me atrevo a leer la inscripción del papel glacé.

–El Atlas, doña Pila, es mío, mire: “De mi querido compañerito, Sebastián”.

– ¿Para que querías esa muñeca, Negrito?—me pregunta, intrigada, al mismo tiempo me mira con cara extrañada–. ¿Estás bien, no, hijo ? Sabés una cosa: toda Lanús  parece trastornada con este asunto del campeonato. Van y vienen, pasan gritando, se van hasta el entrenamiento del equipo…están todos locos.

Si, quiero decirle que sí:que estamos todos locos y me recontra incluyo en esa caravana gigante que va hacia el club, la imagino poblada de seres vivos y de fantasmas del pasado, de espectros expectantes al grito de Lanús campeón, dale grana , dale grana…

–Dale grana ¿se imaginaba usted que íbamos a salir campeones, doña Pila ?Yo vine por la muñeca granate…la que llevaba doña Bertina al club….en fin—trato de explicar, pero doña Pila bosteza.

–Bueno, pasá otro día, más temprano. Me acuesto temprano, prendo la televisión y veo alguna cinta o a Tinelli. Llevate el Atlas nomás, hijo.

Le doy las gracias. Y un beso. Una lágrima se desliza de su cara.

–Hasta pronto, doña Pila.

Y la calle me recoge otra vez. Tomo por Salta hacia arriba. En dirección a 9 de Julio. Camino esas siete cuadras como si nada, como si fueran segundos. Y sigo derecho, siempre por Salta, hasta llegar a la placita del Pulmón Ecológico. Ahí está entronizada la Virgen Santa María del Espíritu Santo, aparecida para esta fecha de noviembre, hace pocos años. Y pienso en mi hermano Antonio Petta, editor de mis cuentos. ¿ Por qué no doblé hacia la estación por 9 de Julio ? Ahí me quedo mirando a la Virgencita, mejor dicho, ella me mira y parece señalarme la cancha del Granate. Esto que siento no es fantasía: están cantando vivas y cánticos alusivos…boronbonbón… es el equipo de Ramón…boronbonbón…Lanús Campeón.

 ¿Está la tribuna llena de gente cantando o sigo desvariando en aras de esta relación?

El campo está lleno de los jugadores. Ahí lo veo a Ramón Cabrero dando indicaciones y en la tribuna detrás del arco que da a  la calle Arias y veo  cerca de 1500 hinchas alentando y cantando…

Caras conocidas de Lanús, de antes y de ahora, el tiempo está compactado en este instante, en que apenas recuerdo a la muñeca granate y a María Adela. Al menos me conformo con que he  recuperado el Atlas de la infancia y con la felicidad  de presenciar el entrenamiento del Grana. ..Boronbonbón…

Y subo a la tribuna.

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Sebastián Jorgi